Por María Luján Gangai
La gente vive juzgando a los otros: a los amigos, a los vecinos, a los políticos, a los padres... La lista sigue. Como si fuera poco, desde hace unos años, y cada vez con mayor intensidad, a cualquiera que se cruce en las redes sociales con ideas diferentes se lo ataca. El ciclo habitual es: encasillan, juzgan, condenan. ¿Qué está pasando?
Con el crecimiento de las redes
se volvieron críticos impiadosos. Los ingleses inventaron una palabra que resume el tema: “infotoxicidad”. Es para definir el bombardeo de información que no
deja tiempo a la reflexión. Lo que se busca es el “me gusta” y navegantes por eso tratan
de no exponer ideas diferentes, fuera de los grupos con los que se comunican
habitualmente.
El aislamiento obligatorio generó mayor contacto con las pantallas, por lo tanto, aumenta la exposición de una verdadera intoxicación, cuyo resultado es siempre el mismo: la desinformación. Esto no es una novedad desde que los medios son masivos, pero ahora se agrava, debido a la velocidad de las redes. El 50 por ciento de las noticias falsas circulan por las redes sociales y entre el 35 y 40 por ciento, a través de los medios masivos de comunicación.
Juzgar, ubicar en un casillero y condenarlo en consecuencia es no aceptar la existencia de ese otro, es no comprender que se trata de una persona con la que se puede estar en completo desacuerdo. Pero, aunque no se pueda soportar sus ideas, lo que no se puede es eliminarlo.
Cuando se enjuicia, se condena,
también se pronuncian a vivir envenenados por la toxicidad de ese sentimiento.
Mejor cambiar de página, la vida sigue y seguro que lo que viene será mejor. Al
menos, pueden intentarlo dando los primeros pasos.
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