Por Luis CuevasSiempre me reunía en la Unidad Básica de Berazategui, en la que fuera la estación de servicio de Shell, los viernes a la tardecita. En una de esas juntadas, estaba aguardando que comenzara a disertar quien después sería el Intendente de esta ciudad, Nicolás Milazzo. La misma tenía un motivo emocionante ya que se tomaba lista de quienes iríamos en el colectivo para asistir al acto de recibimiento del General Juan Domingo Perón, luego de su larga ausencia de nuestro país. Partimos a las 21 en punto del día 19 de junio. El momento de su llegada estaba prevista para las 15 del Día de Bandera. Mi tía preparó una vianda con comida abundante ya que no regresaríamos hasta tarde.
Llegamos a Puente 12 a las 23. La emoción me embargaba. Con mucho esfuerzo nos ubicamos delante del palco donde se presumía que Perón daría un mensaje. Me pude recostar sobre la gramilla con la intención de observar y grabar en mi corazón lo que estaba viviendo. La cantidad de gente reunida era enorme y todos nos plegábamos a cantar la marcha peronista entre otros cánticos de corte políticos alusivos. La mañana transcurrió lentamente. Los músicos comenzaron a llegar al palco y mientras ensayaban entre ellos, Leonardo Favio, arengaba a la multitud a entonar la Marcha y todo era una fiesta increíble. Realmente fue así porque desde mi ubicación se observaba una marea humana que se perdía en el horizonte: había banderas argentinas de todos los tamaños con inscripciones de su lugar de procedencia.
A las 15.10 comenzaron los disparos que provenían desde la parte alta del puente hacia nosotros, que nos arrojamos cuerpo a tierra. Las balas nos silbaban, otras pegaban en los tablones del escenario donde estaba Leonardo Favio, quien se tapaba la cabeza. Seguidamente, la gente ubicada en la ladera del puente comenzó a caer encima nuestro. En un momento, noté que me habían pisado la espalda, me incorporé y comencé a correr desesperado sin mirar. Iba pasando sobre los que no se movían del lugar, acostados y aterrorizados. Pude esconderme detrás de un árbol y vi como arrastraban de las ropas a dos personas. Al llegar al puente les pegaron varios tiros. Pasaron varios minutos y escuché los comentarios de las radios sobre que el avión que trasladaba a Perón había tenido que desviarse y aterrizar en Morón. Todos o casi todos estábamos desorientados. No sabíamos cómo regresar. Caminé dos horas y aparecí en una estación de trenes. Regresé a casa con la tristeza enorme de no haber podido ver al General. Pero guardo en mi memoria ese histórico día.
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