Por Alejandro Pereyra
Recuerdo aquella noche del 7 de octubre del 2010 como si hubiese sido ayer. Linkin Park pisaba por primera vez nuestro país. El Estadio de Veléz era el lugar elegido. Luego de haberlos escuchado por 10 años, haberlos visto en los canales de música con sus videos, de haber pasado horas y horas escuchándolos, por fin había llegado el momento de poder verlos en vivo.
Empecé a juntar peso por peso, hasta el día de la venta de entradas y me fui hasta el estadio a comprarla, creo que fue con varios meses de anticipación a que tocaran. Los días se me hacían eternos, pero al final, el tiempo pasó y había llegado el momento. Terminé de trabajar, vine a casa a dejar mis cosas, saqué esa remera que había comprado especialmente para el show, y así emprendí el viaje.
Recuerdo aquella noche del 7 de octubre del 2010 como si hubiese sido ayer. Linkin Park pisaba por primera vez nuestro país. El Estadio de Veléz era el lugar elegido. Luego de haberlos escuchado por 10 años, haberlos visto en los canales de música con sus videos, de haber pasado horas y horas escuchándolos, por fin había llegado el momento de poder verlos en vivo.
Empecé a juntar peso por peso, hasta el día de la venta de entradas y me fui hasta el estadio a comprarla, creo que fue con varios meses de anticipación a que tocaran. Los días se me hacían eternos, pero al final, el tiempo pasó y había llegado el momento. Terminé de trabajar, vine a casa a dejar mis cosas, saqué esa remera que había comprado especialmente para el show, y así emprendí el viaje.
Me fui solo ya que yo no conocía a nadie que le gustara la banda, pero no me importaba, fue un viaje de dos horas y pico. Llegué, esperé en la cola a la apertura de puertas y cuando abrieron entré corriendo para estar lo más cerca posible. Miraba alrededor, todos con la remera de Linkin, miraba el estadio, me parecía enorme. Era una noche con bastante frío, pero no importaba, porque yo estaba ahí, cumpliendo un sueño.
Los minutos pasaron y ellos salieron a tocar. Si bien arrancaron con temas de su último disco, que no era el de mis favoritos, a medida que fueron pasando los minutos fue subiendo la intensidad con las canciones que me marcaron a fuego. Si bien el sonido no era el esperado por cuestiones de organización, era demasiado bajo ya que escuchaba a los de mi alrededor, y hasta a mí, y aunque sentí vergüenza, no me importaba, yo seguía a los gritos como si estuviera en la ducha, como si nadie hubieses estado a mi alrededor porque la música golpeaba en mi pecho, en cada acorde. Era emoción a flor de piel porque estaba presenciando un show de la banda de mi vida, y no podía no darme ese gusto de desgarrar mi voz en cada canción que ellos entonaban.
La gente festejaba, abrazados algunos, otros llorando al escuchar sus temas preferidos, otros haciendo llamados para que las personas que no pudieron ser parte del recital sintieran de alguna manera las emociones que estábamos atravesando al verlos en vivo y en directo, porque la música es unión, es empuje, es sentir que perteneces, que formas parte de algo valioso, y eso fue lo que sentimos esa noche, fuimos parte de algo que perdurará en nuestras memorias, porque la música todo lo puede.
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