Por Luciano Villalba
Los partidos de Primera C son muy distintos a los de
Superliga. No solo por los estadios, por los equipos, por los jugadores y la jerarquía
en general. En los partidos de la C, los periodistas se pueden acreditar
fácilmente. La seguridad es escasa: apenas te miran tu entrada. Solo hay
algunos oficiales de policías, y hasta sobran para la cantidad de público que
asiste, más allá de algún caso especial. Las tribunas semivacías contiene a
vecinos, a jugadores de inferiores, familiares de los futbolistas y unos pocos
fanáticos, generalmente los más grandes.
Se pude observar sí mucho mate, una vieja costumbre perdida
de los aficionados de los equipos de las categorías más grandes. En los grandes
estadios, de hecho, está prohibido ingresar con termos. E tanto, hay muy poca
cobertura periodística. Apenas una cámara para transmitir el encuentro, uno o
dos relatores partidarios y algunos pocos tomando nota en la platea, usualmente
estudiantes de Periodismo Deportivo que realizan sus primeras experiencias. El
clima entre cronistas es muy bueno. Tal vez, debido al reducido número de
colegas que hay, se pasan toda información unos a otros.
Hay muy pocos cánticos. Se puede escuchar la gran mayoría de
las charlas, o mejor dicho gritos, de los protagonistas: técnicos, jugadores y
árbitro. El partido en sí, se observa muy bien, ya sea en platea o en popular. Por
la cercanía de las tribunas con el campo de juego, y porque al haber muy poca
gente, eso hace que se puedan observar casi todos los detalles del encuentro.
Sobre todo se escuchan bien claritas las indicaciones de los técnicos hacia sus
dirigidos.
Finalizado el partido, hablar con protagonistas no es tan
complicado. Es muy difícil que no den declaraciones, pero siempre hay
excepciones. En conclusión, el clima entre la primera y cuarta categoría del
futbol argentino es muy distinto. Desde el partido en sí, la gente y hasta más
agradable desde el punto de vista laboral.
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