Crónicas del Mundial. Historias que laten en una ciudad que respira fútbol.
Por Rocío Molina
A sus 37 años Dimitri Svetlichni es un hombre corpulento de 1.90, de tez pálida y ojos color miel. Hasta hace dos décadas vivía con su familia en Crimea, una fría ciudad ubicada en la costa septentrional del Mar Negro, pero hoy el paisaje de su vida está pintado de celeste y blanco. Es el dueño del restaurante “Molino Dorado”, de Quito al 4100, en pleno corazón de Almagro, donde prepara la mayoría de las recetas de su madre, que estudio cocina en nuestro país adaptando los platos típicos de su tierra natal al paladar argentino.
En su particular español plagado de erres y ya instalado definitivamente en Buenos Aires, Dimitri se prestó amablemente a evocar su tierra y hasta se atrevió a trazar vínculos con su hogar de adopción.
- ¿Qué fue lo que lo motivó a irse de Rusia y venir a vivir a Argentina?
- Llegué aquí en octubre del 98’, ocurre que en la época de los 90 tuvimos una década de depresión económica, política e industrial en la Unión Soviética, que se puede equiparar con la crisis de los años 30’ en los Estados Unidos. Fue una época muy difícil; de mucha inseguridad y poco trabajo, era una situación económica muy complicada. Cuando decidimos partir vimos que en esa época la Argentina era económicamente la número uno de América Latina, con el dólar 1 a 1, con posibilidad de pedirse visa casi a cualquier país del mundo y se presentaba como una buena perspectiva.
- ¿Cómo es la cultura rusa?
- La cultura rusa es más reservada que la de ustedes, no expresan tan abiertamente las emociones. Tal vez tenga que ver el clima, porque en todo el sector norte el país es muy frío, no sé, creo que aquí la gente es más cálida, más emocional.
- ¿Qué opinión tiene de los argentinos?
- Creo que son gente muy buena, muy unida. Me gustan mucho los argentinos, cómo se comportan, como se tratan entre ellos; no tengo nada que decir en contra.
A Dimitri le fascina la diversidad cultural de Buenos Aires, cómo se logró conformar un estilo a partir de la fusión de diversas culturas europeas y asiáticas. No deja de sumar adjetivos para subrayar su admiración, aunque cuando se lo consulta por política esa intensidad decae y opta por el silencio.
Sin embargo su simpatía vuelve a fluir cuando aparece el tema del Mundial. Está muy contento con el desempeño del seleccionado de su país. “No esperaba empezar ganando 5 a 0, y menos aún acceder a los cuartos de final. No lo puedo creer”, dice. Y esa felicidad contrasta con la desazón que siente por la eliminación de Argentina, su patria adoptiva. “Argentina jugó muy bien, sólo le faltó un poco de fuerza a Messi y al equipo para ganar”, concluyó Dimitri, antes de aprestarse a levantar la cortina de su restaurante.
Por Rocío Molina
A sus 37 años Dimitri Svetlichni es un hombre corpulento de 1.90, de tez pálida y ojos color miel. Hasta hace dos décadas vivía con su familia en Crimea, una fría ciudad ubicada en la costa septentrional del Mar Negro, pero hoy el paisaje de su vida está pintado de celeste y blanco. Es el dueño del restaurante “Molino Dorado”, de Quito al 4100, en pleno corazón de Almagro, donde prepara la mayoría de las recetas de su madre, que estudio cocina en nuestro país adaptando los platos típicos de su tierra natal al paladar argentino.
En su particular español plagado de erres y ya instalado definitivamente en Buenos Aires, Dimitri se prestó amablemente a evocar su tierra y hasta se atrevió a trazar vínculos con su hogar de adopción.
- ¿Qué fue lo que lo motivó a irse de Rusia y venir a vivir a Argentina?
- Llegué aquí en octubre del 98’, ocurre que en la época de los 90 tuvimos una década de depresión económica, política e industrial en la Unión Soviética, que se puede equiparar con la crisis de los años 30’ en los Estados Unidos. Fue una época muy difícil; de mucha inseguridad y poco trabajo, era una situación económica muy complicada. Cuando decidimos partir vimos que en esa época la Argentina era económicamente la número uno de América Latina, con el dólar 1 a 1, con posibilidad de pedirse visa casi a cualquier país del mundo y se presentaba como una buena perspectiva.
- ¿Cómo es la cultura rusa?
- La cultura rusa es más reservada que la de ustedes, no expresan tan abiertamente las emociones. Tal vez tenga que ver el clima, porque en todo el sector norte el país es muy frío, no sé, creo que aquí la gente es más cálida, más emocional.
- ¿Qué opinión tiene de los argentinos?
- Creo que son gente muy buena, muy unida. Me gustan mucho los argentinos, cómo se comportan, como se tratan entre ellos; no tengo nada que decir en contra.
A Dimitri le fascina la diversidad cultural de Buenos Aires, cómo se logró conformar un estilo a partir de la fusión de diversas culturas europeas y asiáticas. No deja de sumar adjetivos para subrayar su admiración, aunque cuando se lo consulta por política esa intensidad decae y opta por el silencio.
Sin embargo su simpatía vuelve a fluir cuando aparece el tema del Mundial. Está muy contento con el desempeño del seleccionado de su país. “No esperaba empezar ganando 5 a 0, y menos aún acceder a los cuartos de final. No lo puedo creer”, dice. Y esa felicidad contrasta con la desazón que siente por la eliminación de Argentina, su patria adoptiva. “Argentina jugó muy bien, sólo le faltó un poco de fuerza a Messi y al equipo para ganar”, concluyó Dimitri, antes de aprestarse a levantar la cortina de su restaurante.
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