Opinión
Por Gisela Doello - Periodismo de 1er año
Por Gisela Doello - Periodismo de 1er año
Hace algún tiempo se
empezó a hablar de “femicidio”, la última instancia y el peor desenlace que
puede tener la violencia de género. Se logró una visualización y abrir un
debate constante.
Los medios masivos de
comunicación logran ser incentivo en las investigaciones de casos por
desapariciones de mujeres, se convierten en jueces y parte. El caso llega a
los hogares y como es costumbre se crean perfiles de posibles sospechosos, nos
volvemos investigadores privados, expertos en crímenes, somos psicólogos,
policías, somos parte de la familia, nos convertimos parte del caso. La
desaparición es la ausencia del cuerpo de la persona, es el limbo, el cuerpo no
está, ¿hay víctima? ¿hay crimen? Exigimos la aparición con vida, creamos
hipótesis, esperamos un final feliz.
Esto es lo normal, lo cotidiano. Son
como pasos a seguir, repetimos patrones instalados y los cumplimos a raja
tabla. ¿Qué pasa cuando la víctima regresa con vida? Acá
vamos a detenernos ahondar en estos casos particulares. Sabemos lo que sucede
cuando la víctima es un cuerpo mutilado, encontrado en una bolsa de basura al
costado de un río, en un terreno baldío o enterrado en el patio de una casa. Lo
sabemos, marchamos, exigimos a la justicia mano dura, apoyamos a la familia,
nos comprometemos y nos convertimos en ella. Sin embargo, cuando la víctima aparece viva,
ella "ya no es víctima" de nada. Porque según la sociedad misma, si no está muerta entonces
se fue por sus propios medios y por decisión propia, nadie la obligó, fue solo
un capricho y nos puso en vilo sin necesidad o por la necesidad de atención. Es
alguien que no merece tiempo y debe entender que ella es la culpable y que está
mal.
Acá juega la doble
moral, somos capaces de desgarrarnos las vestiduras por aquella chica que tanto
buscamos y que un extraño se encargó de arrebatarle la vida, pero no somos
capaces de empatizar con aquella que logró volver, a medias... pero volvió. Nadie
habla de las consecuencias derivadas de una violación o secuestro, nadie habla
de las tasas de suicidios ocasionados con relación a estos casos, no se habla
de lo que paso durante su cautiverio porque ya volvió y si volvió ya no merece
nuestro tiempo.
No debatimos nuestras fallas como sociedad, no educamos al género masculino, no somos capaces de entender a la que volvió y no le damos lugar al debate, no. “No” es todo lo que recibe una víctima viva. No la reinsertamos, no la acompañamos. Es mejor convertirnos en inquisidores, ser sus jueces, estigmatizarla, no le creemos una sola palabra y la exponemos a más dolor, más violencia.
No debatimos nuestras fallas como sociedad, no educamos al género masculino, no somos capaces de entender a la que volvió y no le damos lugar al debate, no. “No” es todo lo que recibe una víctima viva. No la reinsertamos, no la acompañamos. Es mejor convertirnos en inquisidores, ser sus jueces, estigmatizarla, no le creemos una sola palabra y la exponemos a más dolor, más violencia.
Dolorosamente los casos
de “victima con vida” son los menos, pero existen y doy gracias por ellos. Me incluí
en el texto porque soy parte de esta terrible realidad pero lo visualizo desde
la vereda de en frente. Particularmente soy de las que festejan sus regresos y
más allá del dolor por el que atraviesan espero y siempre deseo que puedan
encontrar luz entre tanta oscuridad. Soy una más de las tantas que esperamos en
esa vereda con los brazos abiertos y una sonrisa, sin creernos superiores, solo
acompañando y siendo fieles a la creencia de que algún día los prejuicios van a
desaparecer.
Creo firmemente que
todo va a parar porque tiene que parar, no vamos a necesitar un cuerpo mutilado
para solidarizarnos, vamos a tomar conciencia de la gravedad de la doble moral
y vamos a exigir justicia una y otra vez hasta que la violencia machista sea
solo un recuerdo desagradable.
No es una utopía creer en la conciencia social, estamos a un paso.
No es una utopía creer en la conciencia social, estamos a un paso.
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