Ensayo
Por Daniel Rodríguez
“Quien quiere ahogar a su perro dice que está rabioso”. Así define
Molière al traidor.
La sombra del “poder” aparece en las mentes pobres de espíritu y
fundamentalmente, pobres de toda pobreza social.
El traidor no es femenino ni masculino, es humano.
Tal como la ética, la traición sólo puede atribuírsele al hombre, como
género.
El ambicioso destruye por acaparar lo que NO necesita, sin pensar (¡esa
palabrita!) que la mortaja no tiene bolsillos. Pensar está lejos de su
capacidad, ya que la ambición le acapara todo el tiempo de vida; si se le
pudiere llamar a eso, vida.
Es una de las tantas variantes del traidor. Más temprano que tarde
terminará traicionando.
Si sientes un pinchazo en la espalda, no dudes en darte vuelta, aun
sabiendo a quién encontrarás empuñando el cuchillo ya ensangrentado.
Esa es su carta de presentación “final”; ya que seguramente estuvo
oculto hasta el momento aciago donde ya no habrá vuelta atrás.
Momento aciago para uno.
Para él será el momento donde dirá: “¿yo señor? No señor. Por impericia propia, caíste de espaldas encima
de la punta de la daga. Siempre lo dije; tu torpeza te iba a matar”.
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