MÉXICO ‘86, 29 AÑOS: ASÍ LO VIVÍ

Calor. Altura. Mediodía. Bilardo. Antifútbol, …Diego Armando Maradona.
Pasaron 29 años y aún mantengo en mis retinas la imagen televisiva de Arphi pitando el final. Campones del mundo por segunda vez. La primera de visitante. Absolutamente visitante. Y aunque que resulte redundante, los argentinos nos sentimos (y nos hacen sentir) visitantes al segundo de cruzar la frontera, ya sea hacia Uruguay, hacia Japón o hacia México.
La final con Alemania se dividió claramente en tres: hasta el 2 a 0; hasta el 2 a 2 y desde que Diego le dijo “tomá y hacelo” a Jorge Burruchaga.
Infracción al 10. Centro de Burru. Schumacher que sale “como yo”. José Luis Brown se encuentra con un ovni que le cae en la cabeza. 1 a 0 y entretiempo.
Mediodía. Sol a pleno. Ni una nube. Gigante Azteca. Dicen que hay un mundo de tentaciones. Y es verdad.
Valdano de “4” recibe de Pumpido. Encara la cancha en diagonal de derecha a izquierda. Entrega el balón y sigue con su loca e inteligente carrera. Desconcierto teutón. La pelota lo encuentra como en un plano cartesiano. Valdano levanta la cabeza, inclina el cuerpo y define. Festejo. Marcelo Trobbiani salta del banco y se trepa al astro del Real Madrid.
En casa cunde el descontrol. Gritos, lágrimas y el pesimista de siempre que sentencia:“falta mucho y el 2 a 0 es el peor de los resultados”.
2 a 2 y ese personaje aún hoy debe de sentir el odio en las miradas del resto. Y conste que no fui yo. La emoción no me permitía emitir palabra.

Y efectivamente faltaba mucho. Tanto que hasta hubo tiempo para que la zurda mágica dejara a Burruchaga en carrera. Ni adelante ni atrás. Justo. Como nos tenía acostumbrados.
Y Burru va. Y Briegel no puede con su propio acoplado. Y Shumacher que no sale, no se lo ve en la pantalla.
En cámara lenta nuestras posaderas se levantan de las respectivas sillas. El que estaba en el piso comenzó a pararse. El que estaba parado, por cábala, comenzó a abrir más y más los ojos. Y Mauro Vale gritaba. Shumacher seguía sin salir. Burruchaga ya dentro del área.
El silencio y la ansiedad se contaban con un hisopo.
No vi nada más.
Cerré los ojos y esperé.
Un segundo. Diez segundos. Ocho años.
Gol.
Anteúltimo descontrol.
Pirotecnia en Adrogué. En el país entero.
Vecindad loca. Ladridos asustados. Litros de lágrimas acumuladas.
Pocos minutos después, que parecieron años, Arphi pitó.
Maradona lloró.
Puño izquierdo, anteriormente en infracción, en alto.
Crispación.

Horas después noté que el comedor familiar iba a necesitar refacciones varias y variadas.
Valió la pena.Esta vez los militares del ’78 no nos iban a empañar el festejo.

Rodríguez, Daniel


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