“Los de afuera son de palo y
en el campo seremos once para once” arengó Obdulio Varela, aquel futbolista y capitán
uruguayo que protagonizó el tan fatídico Maracanazo en 1950, antes del partido
con Brasil que tenía la carga de 200.000 cariocas en sus espaldas que bramaban
y cantaban sin cesar que afligían a sus compañeros. Después de esto, pisaron el
césped, se olvidaron de aquella muchedumbre, clausuraron sus voces para gritar
ellos, gritar para cantar y festejar. Finalmente, alzaron la Copa Del Mundo. La
gente que presenció el encuentro estaba atónita, susurraba por debajo,
reclamaba. El silencio se adueñó del aire y el llanto de los rostros.
No se podía repetir. Brasil
volvió a organizar el Campeonato del Mundo y, otra vez, a ser favorito para
quedarse con la gloria. A elevarse al pedestal con los laureles. Pero, esa
historia del dolor volvió a emergerse. Ese fantasma que acecha a los cariocas
desde hace más de 60 años se hizo eco en la tarde de hoy pero en el Mineirao de
Belo Horizonte ante una Alemania poderosa en lo táctico, técnico y físico. Tan
poderosa, inexorable, que venció por 7-1. Resultado histórico para el
aniquilamiento de 60.000 brasileños que antes de los 30’ del primer tiempo sabían
que se despedían del Mundial con un 5-0 arrasante.
La previa del partido. Crédito AFP |
Müller, Klose, Kroos (dos
veces) y Khedira marcaron el final del equipo de Luiz Felipe Scolari antes de
la primera etapa y Schürle, que ingresó por Klose, completó el resultado final
mientras que Oscar descontó en la conclusión del encuentro.
El partido arrancó con los
equipos queriendo ser protagonistas. El local intentó apoderarse de la pelota,
llegar en profundidad y ponerse en ventaja lo más pronto posible. Los dirigidos
por Joachim Löw jugaron a lo mismo. Un
choque de fuerzas en el mediocampo. Pero que rápidamente, Alemania iba a ganar.
El juego asociado de los teutones permitió confundir en diversas ocasiones a su
rival. En un mal lateral de Marcelo, Alemania se adelantó pero el lateral
izquierdo se recuperó y llegó a la marca para mandar la pelota al tiro de
esquina. Centro y gol. El pase de Toni Kroos a Thomas Müller posibilitó el
primer festejo a los 11’. El silencio del año 1950 volvió a desterrarse para
instalarse en este estadio remodelado. Desconcierto para muchos, festejos para
muy pocos en el campo en el que se daba batalla, Brasil intensificó su juego.
No podía caer tan temprano. Marcelo y Maicon subían para imitar a Kroos pero
cuando levantaban la cabeza tenían tres alemanes a su alrededor. Con Hulk,
Oscar y Fred intentaban armar circuitos que no prosperaban por la presión de
los germanos. Doce minutos después, Miroslav Klose aumentó el marcador para
marcar el rumbo del partido que llevo al tercero. Lahm superó nuevamente a Marcelo
para tirar un centro hacia atrás que capitalizó Kroos desde afuera del área.
Los hinchas brasileños empezaban a pararse, recogían sus cosas y se iban. Antes
de que esto pasara, Kroos marcó el cuarto. Tras presionar a Fernandinho, construyó
una pared dentro del área con Sami Khedira para ampliar el resultado. Y antes
de llegar a la media hora de juego, el 5-0 estableció un sepulto anticipado para la
verdeamarela, que lo mejor que le podía pasar era que termine el partido.
Miroslav Klose festejando el gol. Crédito: AP |
Pero había que jugarlo. Por
eso Brasil salió en el segundo tiempo para tratar de achicar la diferencia que establecía el marcador.
Presionó arriba para arrinconar a los visitantes. O, quizás, se arrinconaron
ellos para no gastar fuerzas y salir de contrataque. Los pases de los alemanes,
melodía para que sus pies conviertan, eran imprevisibles con respecto al
destino. Sin necesidad de cansarse, llegaron al sexto. André Schürrle, quien había
ingresado por Klose en el complemento, bautizó el 6-0 a los 23’. Antes, Manuel
Neuer pudo traspirar un poco tras los intentos fallidos de Bernard y Paulinho.
Entonces, los cariocas que todavía estaban presentes se pararon. Aplaudieron y aplaudieron.
Se rendían ante esta máquina de futbol que no paraba de hacer goles porque efectuó el séptimo de la mano de Schürrle. El equipo europeo siguió tocando
la pelota, de un lado a otro. Jugaban como Brasil. Tocaban como Brasil. Pero no.
Brasil miraba, lloraba y socorría a la finalización de la agonía.
Cuando se cerraba el telón,
Oscar marcaba la vergüenza y la humillación del equipo. Marcó ese tanto que
busco durante todo el segundo tiempo.
El final del partido desmaquilló
a este equipo débil en todas su líneas y avivó las llamas del espectro
cincuentón que en este momento camina por las calles y se ríe de la desgracia
pentacampeona.
Nahuel Ignacio Acevedo