CUANDO LA CRUDA Y OCULTA REALIDAD CABE EN EL RECUADRO DE UNA FOTO

 Por María Isabel Machuca (2° Año – Periodismo General – TM)

El sudafricano Kevin Carter y nuestro José Luis Cabezas han sido, a su manera y con su estilo, dos referentes ineludibles del fotoperiodismo de fines del siglo XX. La pasión insoslayable con la que desarrollaron la profesión y los riesgos que asumieron en el afán de disparar sus cámaras, sellaron el trágico destino de ambos. Sus vidas, sus pesares y sus anhelos, en esta nota.


 

No existe academia que enseñe a salir ileso al ver el rostro de las crueldades e injusticias más desalmadas del mundo. Pero existen amores y pasiones que nacen en distintos momentos de la vida, y otras que están intrínsecas, grabadas en el ADN. Hay quienes eligen profesiones basadas en un previo análisis de mercado, oferta y demanda, cuya razón también es válida si de sobrevivir se trata, y más aún si la felicidad fuera de la mano de lo económico. Pero también están quienes demuestran tener muy en claro su propósito en esta vida, independientemente de los beneficios que ésta le pueda brindar. Entonces convierten lo que los apasiona en su medio de vida, en su cotidianeidad, aunque enfrenten innumerables situaciones que pongan en peligro su integridad física o psicológica.

Este es el caso de los reporteros gráficos, los encargados de mostrarle al mundo lo más oculto, de dar luz la realidad más cruda y oscura. Y en ese submundo de historias retratadas, hay algunas que dejaron cicatrices y otras que aún están en carne viva, como la de José Luis Cabezas, el fotoperiodista argentino nacido el 18 de noviembre 1961, o la de Kevin Carter, nacido el 13 de septiembre de 1960 en Sudáfrica. Ambos desarrollaron su arte en medio de complejas situaciones sociales y políticas, y aun así no dudaron en entregar su vida a la profesión que los cautivó. “La cámara funciona como una barrera que lo protege a uno del miedo y del horror, incluso de la compasión”. La frase pertenece a la novela “Nenúfares que brillan en aguas tristes”, de Bárbara Gil, que aunque poco tenga que ver con ellos, los condena y los reivindica al mismo tiempo.

Kevin fue muy cuestionado por una foto emblemática que registró con su cámara. Allí se ve a un niño desnudo, famélico y, a pocos metros, un cuervo al acecho. “¿Por qué no ayudaste en vez de sacar la foto?”, le repetían una y otra vez, incluso su familia. Y aunque esa imagen haya sido premiada con el mayor de los honores –recibió el Pulitzer en 1994- Carter no soportó la presión de ser juzgado moralmente. Pocos días después de la premiación mataron a su mejor amigo, golpe que sumado a otros problemas personales, lo termino de derrumbar. Exactamente tres meses después se emborrachó, condujo hasta la orilla de aquel rio que lo vio jugar de niño, y ese día fue testigo de su valiente cobardía, ganándole a los fantasmas que lo atormentaron durante tantos años, mientras inhalaba monóxido de carbono, con una manguera proveniente del caño escape que el mismo introdujo hacia el interior del vehículo. Así se despidió de este mundo, que en lugar de recordarlo por su arte y su capacidad de poner sobre la mesa la realidad más cruda e injusta para intentar cambiarla, lo señala por su supuesta falta de humanidad, a partir de aquella fotografía que lo catapultó a la fama y lo sentenció, casi al mismo tiempo.

A José Luis Cabezas lo sedujo la misma ambición, querer la mejor imagen o mejor dicho, la más codiciada. Y en 1996 la consiguió. Fue la de Alfredo Yabrán, un turbio empresario vinculado al poder de turno con el que mantenía negociaciones ilícitas y que además se jactaba de su impunidad y anonimato. No permita que se publicara nada sobre él, pero ese año, mientras veraneaba en Pinamar, fue víctima del lente de la cámara de Cabezas y su rosto se conoció en la portada de la revista Noticias, la más importante y especializada en investigaciones, por ese entonces.

Al siguiente año, como cada verano, la elite porteña, conformada por famosos, artistas, modelos, empresarios y políticos, disfrutaba de los balnearios y mansiones en esa misma playa selecta. La prensa, por supuesto, cubría la temporada, pero Cabezas fue tras más información del personaje del momento y eso le costó muy caro. Ese mismo verano el reportero fue encontrado calcinado en su auto, con las manos atadas a la espalda y dos tiros en la cabeza.

Cabezas supo ejercer la profesión durante ocho años. Como Carter, también fue reconocido y premiado: en 1995 le otorgaron el Premio Playade a la mejor fotografía de ese año, en la que eternizó al capellán José Fernández en la réplica del cementerio malvinense de Darwin, en Pilar. Kevin Carter se desempeñó como reportero gráfico durante casi once años, ambos murieron muy jóvenes: José Luis a los 35 años y Kevin con apenas 33. A los dos los sentencio su última foto, la misma que les dio el reconocimiento mundial y que, por cosas del destino, también les costó la vida. Hoy sus nombres son símbolo y emblema del periodismo gráfico mundial.

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