¿ES
TAN PERFECTO COMO PARECE?
Por Camila Olivera
El Ballet (del italiano balletto, diminutivo de ballo; que en español
es baile) es una disciplina muy importante, que requiere concentración y
capacidad para el esfuerzo como actitud y forma de vida. Es una forma de danza, cuyos movimientos se basan en el control total y
absoluto del cuerpo. Cabe destacar que, para ser exitosos en ello, hay que
enseñar a los aspirantes desde temprana edad; se recomienda iniciar los
estudios a los seis o siete años, pero hay casos en los que comienzan a los
tres.
Afirmamos que esta
danza es sinónimo de exigencia y que son conocidos como los que buscan la
perfección en cada paso. Pero… ¿es tan perfecto como parece? ¿Cuál es el precio
de la “perfección? ¿Quiénes son los responsables de que ciertos trastornos alimenticios
y psicológicos accedan al mundo de la danza? ¿Es consecuencia de la sobre
exigencia de los profesores o de los propios bailarines?
La alimentación para un buen rendimiento
Uno de los
temas más importantes, en una persona que se quiere dedicar a la danza, es que
tenga una dieta de comidas. Esto no lo cumplen todos los bailarines. Melanie Gutzweiler, licenciada en nutrición deportiva, dice que “la mayoría de
los pacientes viene con una baja ingesta energética, no consume casi nada o muy
pocos alimentos, en mínimas cantidades. Muchos estudian otras carreras además
de la danza, tienen ensayos, clases extras o hacen dos carreras de baile en
distintas instituciones. Vienen cansados y con lesiones, entonces trabajamos
para volver a hacer ingestas normales y, cuando llegamos a un nivel de
nutrición adecuada, trabajamos de acuerdo al deporte y las actividades que
hacen”. Esto refuerza lo que mencionamos al principio, por eso es importante
acudir a un profesional para que se encargue de la alimentación del artista.
Paloma Ramírez es una
bailarina de competencia adolescente. Ella no sigue una dieta fija y dice que
tiene la libertad de comer lo que quiera, aunque intenta ingerir muchas frutas,
vegetales y proteínas de diferentes tipos. “Ya he ido a nutricionistas porque,
en la adolescencia, muchas cosas cambian. Es muy importante, porque allí tenés
la oportunidad de conocer más tu cuerpo y qué nutrientes necesitas. Yo sé que
me puedo dar los gustos que quiera y no me va a afectar en nada, pero
igualmente intento que nunca me falte ningún nutriente. Por suerte tengo mucha
fuerza y nunca tuve ningún problema al alimentarme, ya que como de todo: carne,
pescado, pollo, frutas y verduras”, dice la joven. Lo mismo sucede con Carolina
Fianaca, estudiante del profesorado de danzas clásicas, quien no sigue una
dieta ni va a un nutricionista. Su caso es diferente, porque tiene malos
hábitos alimenticios: no le gustan las verduras y no puede terminar de
incorporarlas en su nutrición. Generalmente, no come ensaladas y cree que
necesitaría ingerirlas, por todo lo que aportan los vegetales; otro mal hábito
es que vive tomando gaseosas. En cambio, Amalia Fernández Muiños, bailarina del
Instituto del Colón, sigue un plan de comidas, va a un nutricionista y a un
equipo médico que controla su rendimiento y capacidad aeróbica.
“En cuanto a los malos
hábitos alimenticios de mis pacientes, puedo destacar que comen muy poco y se
pasan muchas horas sin comer. La mayoría de las veces hay falta de hidratación.
También hay mucha obsesión por el cuerpo, por comentarios que les hacen los
maestros. Hay una mala alimentación, ya sea en cantidad y calidad”, menciona
Melanie.
A partir de una mala
alimentación es donde comienzan los problemas. Una buena dieta de comidas debe
tener todos los nutrientes adecuados en cantidad y calidad. Tiene que haber una
buena cantidad de proteínas, vegetales, verduras y frutas. También hidratos de
carbono, ya sea en el desayuno, almuerzo, merienda y cena. Deben hacer
colaciones. No puede ser sólo puro entrenamiento y que la alimentación casi no
exista. Igualmente, debe estar adaptado a cada persona, porque no todos los
bailarines son iguales, tampoco los cuerpos ni la rutina de cada uno.
Melanie comenta que, al
principio, sus pacientes no suelen cumplir con esto. “Cuando llegan al
consultorio, la mayoría no cumple con la cantidad, calidad ni con los horarios.
Suele ser muy baja la ingesta, en comparación con lo que se requiere, pero a
medida que lo trabajamos y van entendiendo la importancia de una buena
nutrición, lo van logrando. Deben nutrirse adecuadamente para prevenir lesiones
y otras consecuencias que pueden llegar a tener, dado por una baja
disponibilidad energética”, comenta la licenciada.
Otro tema fundamental
es la ingesta de alimentos antes y después de las clases. Las tres chicas afirman
que comen entre una clase y otra. Carolina entrena a la mañana, por lo que su
desayuno normal es un café con leche y tostadas con queso crema o mermelada.
Luego, entre una clase y la otra, trata de comer una fruta o una barra de
cereal, algo que le dé energía rápido. Si necesita la energía en el momento,
trata de ingerir azúcar, como un caramelo, para estar más activa. Paloma cree
que un buen desayuno es muy importante para quien va a tener clases y dice que
muchas compañeras suyas no le dan la importancia que se merece y sólo desayunan
un té con leche y una vainilla. “Me parece que está pésimo eso. Yo desayuno,
antes de la clase, un café con leche, un omelette (con huevo, banana pisada y
cereales con mucha fibra), entonces puedo tener la proteína de la leche y el
huevo, la fibra del cereal y la banana. Además, me como una manzana para tener
un plus de energía”, sostiene la joven practicante. En cambio, Amalia, a la
mañana antes de sus clases, sólo toma un café con leche. Por la tarde hace una
colación de frutas secas y después de sus clases, suele comer fruta o almorzar
ensaladas y algún tipo de proteína como atún, huevo, pollo o carne.
La nutricionista
informa que eso es subjetivo, porque depende de los horarios de entrenamiento
de cada uno. “Por ejemplo, si antes de una clase vos tenés media hora, una
buena colación sería algo con azúcar rápida para el cuerpo. No es lo mismo
alguien que consuma fibra media hora antes, porque puede llegar a caerle
pesado. Depende cuánto tiempo se tiene antes, así como también entre una clase
y la otra. Es importante tener una reserva de hidratos de carbono para rendir
bien”, advierte Melanie.
Pero por más que se
quiera una buena alimentación, hay un factor que lo impide a veces y es que los
profesores o los padres influyen en los hábitos alimenticios del bailarín. Entre
las experiencias que relata la licenciada, comenta que los maestros generaban
miedo a los pacientes con ciertos alimentos y que con los padres también tiene
un problema, porque piensan que en el mundo de la danza todo tiene que ser
perfecto, que deben cumplir con ciertos estándares de belleza y de cuerpo,
entonces no los dejan comer algunas comidas o los ponen a dietas y mayormente
sucede con los más chicos. “También me pasó que los profesores les daban a las
alumnas ‘tips’ de alimentación, y lo digo entre comillas porque eran malos
hábitos. Por ejemplo, un maestro le dijo a una paciente que ‘con seis almendras
se puede aguantar todas las clases durante todo el día’. Esos consejos no son
buenos porque generan obsesión, lesiones y muchos problemas de salud. Ahí es
donde hay que trabajar un montón y hace falta mucho trabajo tanto con los
pacientes como con los profesores”, comenta Gutzweiler.
Otra causa de las malas
dietas es consultar en internet. Es muy importante no confiar en lo que se dice
ahí y lo mejor es siempre consultar con un licenciado en nutrición. Las páginas
pueden darte información pero no están adaptadas a cada persona, a sus hábitos,
al lugar donde viven, a la cantidad de entrenamiento o a sus gustos. “Lo mejor
es consultar con un experto, no con influencers ni gente que haya bajado de
peso y le funcionó hacer régimen”, aconseja la especialista.
Si no acuden a un
profesional, ¿cómo se puede evitar las malas dietas y el deseo por bajar de
peso? Es casi imposible, porque en las academias no hay educación nutricional
ni tampoco charlas o servicios de psicología. Según una encuesta realizada a cincuenta
alumnos de diferentes escuelas, sólo el 8 % mencionó que tienen charlas de este
tipo. A la mayoría le brindan esta información porque están realizando el
profesorado de danza; hay un solo caso en el que su maestra le habla acerca de
esto, sin estudiar la carrera. Un punto para recalcar es que, quien le enseña,
le informa sobre nutrición y no un especialista. Al otro 92% le gustaría tener
charlas de ese tipo. En cuanto a las de psicología, el 6% respondió que
conversan acerca de esto; nuevamente, esta información aparece cuando los
jóvenes realizan el profesorado y no cuando estudian en su academia.
El Instituto del Colón,
Fundación Julio Bocca, Escuela de Iñaki Urlezaga y los cursos de extensión del
UNA son algunas de las instituciones en donde los encuestados toman clases y
son consideradas de gran prestigio a nivel nacional. Si escuelas y
universidades tan reconocidas no tienen en cuenta este tipo de charlas o
servicios, ¿cómo podemos generar conciencia en los alumnos?
Las licenciadas Melanie
Gutzweiler (nutrición) y Laura
Zanata (psicología), afirman convencidas de que todas las academias deben tener
charlas acerca de esto y que brinden servicios para que los bailarines acudan
en caso que lo necesiten. “Me parece que tiene que haber un complemento
con psicología. En principio, creo que deberían hacer charlas, de manera
general, para hablar de cómo se relaciona la imagen corporal con la estabilidad
emocional. Luego, habría que hacer charlas de manera individual y ver quién
necesita mayor apoyo o no de un psicólogo. Es importante porque en el Ballet se
trabaja con el cuerpo y hay una búsqueda de lograr la perfección, en el sentido
de que hay mucha exigencia. Además, se debe tener una disciplina rigurosa en
relación a la alimentación y a la cantidad de horas de entrenamiento. Hay que
estar atentos a cómo se va dando la imagen corporal pero psíquica, es decir,
qué imagen corporal tienen a nivel psíquico, si hay una autoestima positiva o
no; si hay que reforzar alguno de esos puntos, ir haciéndolo con una ayuda
psicológica, a modo de prevenir enfermedades que tienen que ver con la estética
y con exigencias”, comenta Laura. Gutzweiler está de acuerdo con ella y agrega que sería acertado que “en cada
academia los bailarines puedan acudir en caso de necesitarlo. No sólo
nutricionistas, sino también psicólogos y médicos. Que en cada paciente sea
individual y que, en caso que tengan trastornos alimentarios, se pueda trabajar
en equipo con esa persona. No estoy hablando sólo de danza profesional, sino
también en academias. Debe haber charlas de alimentación saludable, que hagan
énfasis en lo que es la alimentación para la danza y el rendimiento adecuado.
Ayudaría mucho a cuidar a nuestros bailarines”.
¿Cuán
importante es el peso?
“El
cuerpo tiene un lugar privilegiado en la danza, ya que sin él no existiría; el
cuerpo para el ballet es la herramienta imprescindible, su estrella y su
posibilidad de hacer. Desde siempre en los conceptos de la danza clásica
académica se encuentra en primer lugar el cuerpo apto, dotado de posibilidades
físicas, un cuerpo potable con el cual se podrán lograr los mas exigidos
movimientos pensados por algún creador, aquellos gestos corporales mas acabados
que inviten a soñar con ese personaje de cuentos de hadas, la encarnación misma
del cisne en el cuerpo de una mujer, sin olvidar el sentido de lo que se quiere
expresar, de lo que se quiere decir”.[1]
Suele suceder que se
exige mucho con respecto al peso del bailarín. Hay personas que sufren toda su
vida por no tener el “cuerpo que se requiere” para esta disciplina. En el caso
de las mujeres, lo que se busca es la fantasía; el público no se puede dar
cuenta que el hombre está haciendo fuerza al sostener a la bailarina. Se
necesita esa sensación ficticia en la que nada cuesta, pero la realidad es que
cuesta y demasiado. Al momento en el que se debe bajar de peso, hay muchos
casos que lo hacen de formas insalubres, como es el ejemplo que mencionó la
nutricionista y, si no lo logran, terminan quedando afuera de compañías de
baile, espectáculos y competencias. Esto puede suceder desde muy chico, ya que
la mayoría comienza a estudiar a temprana edad. Entonces se crece con esta presión,
haciendo lo que sea para llegar al ideal. Por eso, los especialistas y alumnos
consideran que es muy importante que se comiencen a brindar estas charlas tanto
a alumnos como a profesores, para la salud física y mental del bailarín.
Los trastornos de la
conducta alimentaria, como la anorexia y la bulimia, son enfermedades mentales
que los definen como tal por el rechazo a los alimentos. Los más conocidos en
los bailarines son la bulimia nerviosa, la anorexia nerviosa y el trastorno por
el atracón. Puede ir acompañado de vómitos provocados, adelgazamiento extremo y
desaparición de la menstruación. Las personas que tienen este tipo de
trastornos se encuentran en riesgo de contraer enfermedades como la
desnutrición.
Joel nos comenta que un
compañero suyo pasó por esto a causa de las malas críticas por parte de los
profesores: “Había un maestro que le agarraba las piernas y le decía ‘esto no
tiene que estar’, señalando que sus piernas estaban un poco gordas. Él se
sintió muy afectado por eso, sumándole que estaba pasando por un momento
complicado, entonces cayó en la anorexia. Estuvo muy mal, pero por suerte pudo
salir adelante. Aunque su salud se ve afectada todavía, porque su cuerpo se
debilitó entero: tiene problemas en las rodillas y huesos”, revela el artista.
Natalia, profesora de
iniciación a la danza, cuenta la experiencia que tuvo en su adolescencia: “En
un momento de la formación tuvimos una profesora que era del Colón y, para
ella, todas éramos gordas. Algunas de mis colegas lo tomaron a mal y tuvieron
anorexia. Es muy común en este ámbito”.
Como estudiante del
profesorado de danzas clásicas, Carolina cree que la educación nutricional que
recibe no es tan efectiva, porque sólo se dan charlas una vez por mes. Algunas
compañeras tienen en cuenta los consejos de quien le brinda la información,
excepto por una: “Tengo una amiga que tiene un gran complejo con su cuerpo y
quiere adelgazar a toda costa. Deja de comer y siempre hace comentarios sobre
su físico, acerca de que le gustaría estar más delgada. Entre todas
consideramos que está pasando por un trastorno alimenticio, pero no sabemos cómo
ayudarla”, dice la bailarina. Ella estudia en el Instituto Universitario
Patagónico de las Artes y tiene una materia que se divide en dos partes: Biomecánica
y Condición Corporal y Salud y Nutrición de los Bailarines; en la última, la
institución se encarga de llevar un nutricionista todos los meses para hablar
acerca de cuestiones de alimentación, lo que deben comer y lo que no, entre
otras cosas.
Por más que tenga esta
materia, Carolina no sabe cómo ayudar a su compañera. Entonces, ¿es importante
que haya nutricionistas y psicólogos en el instituto para poder ayudar a la
gente que se encuentra en esta situación? Para ella es necesario tener un especialista
que dé charlas, ya que en esta disciplina juega mucho el tema del cuerpo, en
especial porque uno tiene como modelo a su profesor. Explica que “esta chica
tuvo toda su vida a una profesora que es muy delgada y ella, por su tipo de
cuerpo, nunca va a tener el de su maestra. En parte creo que ese trauma empieza
por ahí; creo que necesita un profesional que la ayude”.
Amalia pasó por la
misma situación que Carolina, sólo que a su amiga le diagnosticaron que tenía
bulimia. “Las dos la pasamos muy feo, pero por suerte ya está recuperada y
sana. Yo también pasé por un trastorno alimenticio y tengo tendencia a comer
muy poco o saltarme algunas comidas”, comenta la bailarina. Ella está de
becaria en 6to año de la carrera de danzas del Instituto del Teatro Colón,
donde no hay charlas tampoco, pero tienen maestras que ofician de psicólogas,
sin haber estudiado eso. “Debería haber especialistas, para poder hablar y
descargarse un poco”, declara Amalia.
Es por eso que se debe
prevenir, al contratar profesionales en las escuelas de danza, para que los
alumnos puedan entender qué es sano y qué no. Además, tienen que realizarse charlas
de psicología para mejorar la autoestima del bailarín y que pueda aceptar su
cuerpo; no podemos caer en los estereotipos poco saludables. Creemos que cada
profesor debe vigilar a sus estudiantes, indagar en las conductas alimenticias
de cada uno y, en caso de que note un comportamiento anormal en la nutrición de
alguno, acudir al especialista que deberían contratar; nunca darle una dieta
sin supervisión médica para subir de peso ni para adelgazar. Un factor
importante en esto es la familia, quienes deben ser educados acerca de los
trastornos alimentarios, porque los jóvenes deben seguir siendo informados
acerca de esto en sus hogares también. “Siempre se debe tener el apoyo familiar
y un buen entorno, en relación a la gente que participa del ballet, como a los
profesores”, expresa la psicóloga Laura Zanata.
No sólo necesitan la
ayuda de licenciados en psicología cuando tienen trastornos alimenticios, sino
también para tener con quien hablar y, como dice Amalia, “descargar un poco” el
día que los bailarines hacen mal un paso, piensan que todo le sale mal,
pretenden dejar de tomar clases porque la danza le provoca un desapasionamiento,
entre otras cosas. Es que la mayoría de ellos tiene mucha carga horaria y eso,
a veces, es una “asfixia” ya que en vez de hacerlo para despejar la mente y
dejar atrás el mundo real, se estresan cada vez más.
La
importancia de saber cuándo parar
“La vida de un bailarín
es muy difícil porque cada día hay que hacer elecciones. Para muchas personas
son sacrificios, pero yo lo hago con placer porque es mi sueño y amo lo que
hago. Aunque hay momentos difíciles: muchas decisiones, dejar personas que uno
quiere, peleas con maestros, despertarse temprano, hacer muchas clases cuando
uno está cansado o cuando pasó algo feo con la familia… pero tenés que ir y
matarte”, dice Paloma. Ella tiene mucho entrenamiento, pero se lo toma bien. Su
carga horaria aumenta muchísimo cuando compite, pero cuando entrena son cuatro
horas por día. “A veces tengo ensayo individual, de 9.30 a 10.30, luego tengo
la grupal de 10.30 a 12.00. Después de 14.00 a 15.00 tengo ensayo de
contemporáneo y, a las 19.00, clase grupal nuevamente”, comenta la artista.
Sus ensayos no son tan
estrictos, pero en las competencias aumenta la exigencia. Hace un mes fue
selectiva de Prix de Lausanne, un concurso internacional que es uno de los más
importantes en el mundo, ya que es el que más becas da, el que mejor
experiencia tiene y al que es más difícil de llegar. Cada año hacen una
selectiva en Latinoamérica, donde eligen a dos personas para viajar a Suiza y
estudiar allí. “La competencia fue en dos días. El sábado tuvimos una clase de
técnica clásica con jurado, que siempre es un desafío ya que te dan
combinaciones muy difíciles para ver la inteligencia. Eso ya es un desgaste,
sumado a que después de la barra te piden que uses puntas y ahí tenés que hacer
todo un centro entero en puntas. Después ensayábamos las variaciones, sin
jurado, sólo para ver cómo era el escenario”, cuenta la bailarina. Sólo tenían
una hora de descanso, para después seguir con las clases pero, esta vez, de
contemporáneo y con jurado también. Todas las clases eran de dos horas. Además,
dice que “es muy difícil, ya que cada maestro tiene una técnica diferente y
tenés que enganchar el estilo de ese coreógrafo”. El domingo tuvieron que hacer una clase de
calentamiento, con el jurado espiando, y luego comenzó la competencia.
Empezaron a realizar las variaciones de clásico y contemporáneo frente al
jurado y al público. Luego de eso, eligieron a diez personas, de 15 a 18 años,
de las categorías hombre y mujer, para que vuelvan a bailar frente a ellos y
así poder dar los resultados. “Es todo muy intenso”, concluyó la joven.
Carolina tiene entre 18
y 20 horas de entrenamiento por semana. Tiene clases de danza clásica de dos
horas, cuatro veces por semana, y además tiene otras materias complementarias
como Trabajo Corporal y Partner (bailar con un hombre). También tiene otra, que
es Practica Escénica (bailar en el escenario), Contemporáneo y Composición
Coreográfica. Todas las clases son de dos horas. Cuando tiene ensayos con el
Ballet, son aproximadamente entre tres y cuatro horas más por día. Cuando hay
función y tiene ensayo todos los días, son casi más de 30 horas semanales de
entrenamiento.
Amalia también tiene
mucha carga horaria, pero es mayor que la de las demás. Tiene clases casi las
24 horas del día: “Tengo lecciones en el Instituto Superior de Arte del Teatro
Colón, de 7.30 hasta las 12.00 o 13.00. Después, suelo ir a una clase
individual con mi maestro formador que se llama Raúl Candal, de una a dos horas
de clase y ensayo de repertorio. También tengo ensayos para las funciones del
Instituto o de la Compañía del Colón por la tarde, que en general es de 17.00 a
21.00”, comenta la artista. Dice que un día de ensayo suele ser muy intenso y
que en el Ballet Estable del Teatro Colón suele ensayar de 12.00 a 17.00 y en
la Escuela del Colón, de 17.00 a 21.00. Cuando tienen función suelen tener una
clase liviana a las 11.30 y un ensayo corto hasta las 13.00 en el escenario.
Después pueden descansar, hasta las 18.00, que empiezan a maquillarse y a hacer
pre calentamiento para luego, salir a escena. En competencias depende del
horario y de cómo sea la organización, pero es más tranquilo.
Otro de los bailarines
que están en la misma escuela que Amalia es Joel Ríos, quien le dedica entre
ocho y nueve horas diarias. “Hago una clase de técnica a la mañana en el teatro
y, después, ensayo al mediodía. A la tarde puedo tener otras actividades y, a
la noche, vuelvo a tener clase de técnica”, comentó el practicante.
También nos comenta que
hay mucho sacrificio detrás del telón: “Hay gente que deja muchísimo. A mí me
pasó de venirme de Tucumán para estar en el Colón; tuve que vivir solo y no
conocía a nadie”. Dice que es muy unido a su familia y que a veces necesita de
su cariño. Además, tuvo una complicación el primer año que llegó a Buenos
Aires, porque un tiempo después que se mudó, falleció su abuelo. “Viví muchos
años con él. El día que murió, mi mamá me llamó a las 8.00 para contarme y yo
tenía función a las 11.00. ¡No sabía qué hacer! Tenía que llegar al teatro,
prepararme, calentar y salir como si nada. Lo que más me dolía era que no
estaba allá”, recordó el artista. Terminó bailando porque fue reconfortante
para él, ya que su pasión por la danza lo ayudó en ese momento.
Pero los adolescentes
no son los únicos que se exigen y tienen mucha carga horaria, sino también los
más pequeños. Cecilia Miljiker es una directora de cine argentina y, este año,
realizó un documental llamado Un Año de Danza. Allí sigue a un grupo de chicos
de primer grado (de entre 8 y 12 años) desde que rinden el examen para entrar a
la Escuela de Danza del Teatro Colón, hasta que terminan su primer año y hacen
la muestra anual. En ella nos mostró que no entran más de veinte alumnos y, a
veces, suelen rendir más de una vez para poder entrar.
Su documental comienza
con el casting que se realiza para que los niños puedan ingresar a esta
escuela. Allí evalúan la postura y elasticidad de cada uno; también, si pueden
improvisar y si tienen oído musical. Una vez que entran, comienzan con las
clases, que son cuatro: Francés, Música, Preparación Física y Técnica. Las más
exigentes son estas últimas dos, porque son las prácticas. “Lo más cansador es
que venimos de la clase de Técnica y después tenemos Preparación Física;
hacemos abdominales y elongamos”, dice Mili, una de las participantes de la
filmación. Además exigen mucho en la estética: quieren que todo esté perfecto,
por lo que piden que la malla sea rosa claro y debe ser igual que la de las
demás. También demandan que esté bien el rodete, las cintas de sus zapatillas
de Ballet y, en los chicos, que el cabello esté recogido si es que lo tienen largo.
Los niños se levantan
muy temprano para comenzar el día en el Instituto del Colón, desde las 5.00
hasta las 7.00. Los padres cuentan que es un sacrificio y que, antes de
inscribirlos, les dijeron que es como una enseñanza rusa. “Te piden que sea
todo casi perfecto. La perfección está en juego”, expresa la madre de Agostina,
otra de las aspirantes.
Como tienen muchas
horas de clases, las cuales son agotadoras, muchos de los alumnos hacen la
escuela a distancia. Algunos van, pero terminan muy cansados, porque no están
acostumbrados a la doble jornada. Mili comenta respecto a esto: “Me gustaría
rendir libre porque, cuando llego a casa, estoy muy cansada y no me da el cuerpo
para todo”. La madre de Agostina analiza la opción de mandarla a un colegio
público, para que tenga una vida normal como cualquier otra chica, pero que sea
más simple que el que está asistiendo, el cual tiene muchos idiomas y es muy
exigente. Este es uno de los sacrificios que deben hacer los pequeños para
poder llegar a la meta, que es convertirse en profesionales.
Es importante controlar
la carga horaria de cada bailarín, porque si se llenan de ensayos y
competencias, pueden llegar a sobre exigirse. No sólo psicológicamente, sino
también físicamente. Joel, bailarín del Instituto del Colón, conoce casos en
los que pasaron por situaciones de mucha tensión y estrés por querer prepararse
para una competencia o un examen. También compartió momentos con compañeras que
querían entrar al teatro o algún certamen y caían en la anorexia nerviosa,
porque la sobre exigencia era el detonante.
“No se puede dar la
vida por esa búsqueda de la perfección. Tiene que haber un sostén emocional que
permita poner un fin cuando ya no hay más para hacer. Hay que reconocer el
límite y entender que no se puede llegar a la perfección”, sostiene la
especialista en psicología.
Con la sobre exigencia
también pueden comenzar a aparecer las lesiones, como también el desapasionamiento
por esta disciplina. Paloma, bailarina de competencia, pasó por tendinitis,
esguinces y dolores. Aunque sus lesiones no fueron graves, igualmente tuvo que
dejar de bailar por diez días. Además cuenta que se estresa mucho cuando falta
poco para un evento importante o un concurso, porque son las etapas en las que
está más exigida y toma muchas clases, en las que se pone ansiosa y quiere
mejorar a toda costa.
En cuanto al
desapasionamiento, Carolina -futura profesora de danza clásica- comentó que el
año pasado tuvo una maestra que era rusa (en la historia del baile ellas son
las más estrictas). “Sentía que me exigía demasiado y consideré dejar en varias
oportunidades”, señaló la estudiante. Sofía Masa, profesora de clásico, contó
que un alumno se desapasionó y dejó de asistir a clases. “No fue culpa de
nosotros, los profesores, sino por una auto exigencia del alumno. Suele suceder
que se frustran demasiado porque un paso no les sale, entonces deja de
gustarles y nunca más vuelven”.
La
exigencia en los demás países
Según declaraciones de
entrevistas que realizamos a bailarines de diferentes naciones, pudimos darnos
cuenta que el Ballet es estricto en todos lados. Charlamos con danzantes de
México, Venezuela, Panamá, Uruguay, Paraguay, Chile, Puerto Rico, Cuba y
Colombia. Todas afirmaron que el ambiente es muy disciplinado. “Mis profesoras
son rusas y polacas”, comenta Antonia Díaz (Venezuela), dándonos a entender que
con ellas las clases siempre son más difíciles. Y agrega: “Incluso tuve una
profesora que una vez me llegó a decir ‘si en algún momento se les cae la
cabeza, sigan bailando y déjenla en el piso’”. Si en el medio del show se
lesionan, la única forma de parar es que sea una lesión muy grave, en la que no
se pueda caminar. “Me pasó en una ocasión, minutos antes de subir al escenario.
Me lesioné un dedo, tenía que salir a escena y lo hice; estaba que lloraba del
dolor, pero tenía que hacer la función”, concluye Antonia.
“Cada vez exigen más
cosas, tanto en lo físico como en lo actoral”, dice Leticia Correa, profesora
de danzas clásicas en Uruguay. Y agrega: “Hay padres y maestros que sobre
exigen. A veces es difícil saber los límites de los chicos y hay muchos que no
tienen en cuenta su cansancio, estrés y… ¡que son niños!”. Explica que en el
Ballet se trabaja mucho con la corrección, que siempre se anotan los errores y solamente
se les dice lo que está mal. “En mi caso personal, hago un esfuerzo de estar
humanizando lo que en las escuelas profesionales es bastante tirano”, remata la
maestra.
La exigencia, para los
aspirantes a la danza profesional, comienza desde pequeños tanto en Argentina
como en los demás países. En Estados Unidos hay un exitoso reality show,
llamado Dance Moms, donde muestra cómo los padres desean ver a sus hijos
triunfar y hacen lo que sea para que suceda, aunque tengan que pasar por encima
de los demás. Las madres son las protagonistas del programa, pero Abby Lee -la
profesora a cargo de sus niñas- obtiene un papel muy importante: es una maestra
demasiado estricta, quien les enseña a gritos a sus alumnas y, a veces, las
humilla. Al final todas obtienen lo que quieren: que se note el trabajo en las
chicas y se luzcan en las competencias, aunque muchas veces ellas salen
llorando de las clases o abandonan; todo esto es filmado por las cámaras.
Gracias a este reality,
Maddie Ziegler –ex integrante de Dance Moms- triunfó en el baile. Interpretó
varios videoclips de la cantante Sia, fue parte de filmes y series de
televisión. Además modeló para marcas muy reconocidas. ¿Cómo llegó a hacer todo
esto con tan solo 16 años? Ella no asiste al colegio, estudia en su casa y
entrena a jornada completa: 40 horas a la semana. A las 7.00 se levanta, se
pone la ropa de danza y desayuna cereales con maquillaje en su rostro. Empezó a
maquillarse a los ocho años para sus competiciones. En su casa, su madre dice
“primero su pasión, luego la escuela” y hasta reservan una habitación entera de
la casa para guardar sus accesorios de baile, a la que bautizaron como “la
tienda”. Comenzó a bailar a los dos años y uno de sus primeros recuerdos es
que, al terminar su primera función, lloró porque quería volver a subirse al
escenario. Su madre se divorció sólo para dedicarse de lleno a la carrera de su
hija. Claramente estamos hablando de una influencia bastante grande por parte
de su mamá, quien hace todo lo posible para que su niña sea una estrella.
Con la sobre exigencia,
también ocurren casos de trastornos alimenticios en los demás países. La
coreógrafa mexicana, Cecilia Lugo, menciona en la revista Vanguardia que sólo
comía lechuga y té para lograr el éxito. “Si no eres alta, rubia, con piernas
largas y delgadas no triunfarás”, fue lo que le dijeron al comenzar su carrera.
Y agrega: “Tus piernas deben subir más, tu empeine siempre debe ser mejor, pero
esto no importa si no eres hermosa, la regla número uno para todas”.
Rusia es uno de los
países más estrictos: Anastasia Volchkova fue expulsada del Ballet Bolshoi
porque era “demasiado pesada”. Tenía 48 kilos y medía un metro 71 centímetros.
Cuando le notificaron su expulsión, ella dijo que sólo comía helado de bajo
contenido calórico y que no comía carne desde que tenía siete años.
Otro caso dramático fue
el de Heidi Guenther, quien su directora artística le había pedido que perdiera
dos kilos y medio. La joven estadounidense, de tan solo 22 años, decidió
hacerle caso a la orden de esta mujer, por lo que tomó laxantes, ayunó y
falleció, pesando 42 kilos. ¿Qué opinó su directora al respecto? “Me parecía
regordeta: sus pechos, sus caderas y sus muslos. Si ves a una niña en escena y
su trasero va de arriba abajo, no resulta atractivo”, comentó cuando le
preguntaron por qué le había sugerido a Heidi perder peso.
La bailarina Gelsey
Kirkland relata en su libro Bailando sobre mi tumba como George Balanchine
–coreógrafo ruso- detuvo una clase y se acercó a ella para inspeccionarla
físicamente. “Con los nudillos golpeó mi esternón y mi caja torácica, y
chasqueando la lengua remarcó ‘Deben verse los huesos’”, dice en su texto. La
artista no superaba los 45 kilos.
Es importante generar
consciencia acerca de esto, no sólo en nuestro país sino en todo el mundo. Un
gran aporte son los documentales y las películas que tratan acerca de estos
temas, como lo es El Cisne Negro. Deben seguir apareciendo especialistas que
brinden charlas en todas las compañías y academias para “abrir los ojos” de
cada bailarín.
¿El
mundo de la danza es tan perfecto como parece?
Creemos que es
importante que haya un buen entorno en los bailarines, ya sea familiar como
también de profesores y alumnos. Esto se aplica más en los aspirantes a la
danza profesional o competitiva. Nos dimos cuenta que no es tan perfecto como
parece porque, como nos cuenta Joel Ríos –danzante del Instituto del Teatro
Colón- atrás hay mucho sacrificio y hay gente que deja muchas cosas para poder
entrar al mundo del Ballet. También tenemos el caso de los integrantes del
documental Un Año de Danza, quienes dejan de asistir a la escuela para llegar a
su meta y deben perderse cosas de la niñez. “No puede hacer lo que hacía antes,
que sus amigas venían a jugar a casa”, comenta una de las madres de la
filmación. Además deben cambiar la forma de comer, asistiendo a un
nutricionista para elaborar una dieta de comidas. Si no se tiene una
alimentación equilibrada es un poco difícil llegar a lo que se propone, porque se
necesita tener energía a la hora de entrenar. Si los bailarines hacen malas
dietas pueden caer en problemas alimenticios, tales como la anorexia o la
bulimia. Aquí es donde es importante la participación de los especialistas,
tanto en nutrición deportiva como en psicología. Sin la ayuda de ellos, podemos
llegar a tener aspirantes desequilibrados mental y nutricionalmente. Aunque
también se debe tener el apoyo de los maestros, quienes en algunos casos no
aportan lo mejor para el alumno y hace que caiga en estos trastornos. Es
importante que tanto alumnos como profesores y padres estén informados sobre
esto.
[1] Taccone, Viviana (2016). El ballet clásico. Observaciones sobre la
técnica la disciplina y las influencias sobre el cuerpo del bailarín.
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