ADOPTÓ A LA ARGENTINA Y ARGENTINA LA ADOPTÓ A ELLA

Crónicas del Mundial. Historias que laten en una ciudad que respira fútbol
Por Rebeca Figueredo
Empieza el entretiempo del partido inaugural del Mundial de Rusia 2018, en el que el seleccionado local vence a Arabia Saudita, y todos en la Casa de Rusia festejan los dos goles con los que se fueron al descanso. Ante mi desconcierto, por los gritos en un idioma indescifrable, me dispongo a probar cada uno de los platos típicos que nuestros anfitriones han preparado. Es entonces cuando la reconozco a lo lejos, observando con entusiasmo la exposición de arte en el ambiente contiguo. Entre la gente, ella me llama la atención porque todo lo que lleva puesto es colorado: el turbante, el saco, la bufanda. Hasta sus uñas y sus labios. Lo único que contrastan son los lentes de sol marrones que le sientan increíble con su tez blanca.
Nadya Kujlevskaya.
Me acerco para saber su nombre y preguntarle qué cuadro le gusta más. Me recibe como una abuela que saluda a una nieta que no ve hace tiempo. Me da un beso en la mejilla, tocando suavemente mis brazos y me responde sonriente “Me llamo Nadya, con Y”. Su acento ruso tan marcado en sus palabras es imposible de ignorar. ¿Estará viviendo acá hace poco? Quizás sólo esté de paseo. Para mi sorpresa, Nadya vive en Argentina hace 71 años, desde que se fue de su pequeño pueblo natal cercano a Moscú, a causa de los estragos de la Segunda Guerra Mundial.
Antes de llegar a territorio argentino, estuvo de paso en muchos otros países de Europa y América, pero aquí encontró a gente muy amable que hizo de éste su nuevo hogar. Tenía 20 años y no sabía ni una sola palabra en español. Arribó acompañada de su esposo, su bebé de un año, sus padres y sus hermanos, huyendo de la constante amenaza que significaba vivir en una zona invadida por alemanes. “Tenía 13 años cuando empezó el conflicto, y desde ese día hasta que nos fuimos no sabíamos si íbamos a estar vivos la mañana siguiente”, me cuenta mientras su mirada se pierde en la taza de café que sostiene.
Puedo notar cierta tristeza en sus ojos azules mientras nos adentramos en la conversación. Insisto en saber más sobre su vida antes de la guerra y cambia rotundamente el tema de conversación. Expresa con orgullo que se considera una mujer independiente y vital, hasta se encarga de hacer las compras para su hogar ella misma y escribió un libro que relata cómo fue abandonar la Unión Soviética, al que tituló “La verdad, sólo la verdad”.
Con 93 años y más de tres cuartos de su vida en nuestro país, Nadya Kujlevskaya conserva intacto el amor por su tierra natal. Sigo con curiosidad sus palabras cuando me cuenta cómo fue su infancia y su adolescencia, por lo que insisto en retomar el asunto. Lo único que logro extraer es “yo soy patriota soviética, para mí siempre será la Unión Soviética; está en mi alma”. Con una sonrisa pícara y acercándose lentamente, me confiesa que tiene miedo de que su memoria empiece a fallar y agradece haberlo escrito todo. No quiere olvidarse de su vida. Le contesto que eso no le va a suceder, que lo que yo veo es una mujer cuya lucidez va a perdurar para seguir compartiendo su historia de doloroso desarraigo y de amor por una patria que adoptó como propia.

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